»En la teología del cristianismo y en mi experiencia temprana, la Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo era masculina. En mi propia propia percepción temprana, el Espíritu Santo era invisible y se volvió sin género. En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo descendió en forma de paloma, que es un símbolo femenino, y se le asignó el dar consuelo.
Cuando necesitamos ese consuelo, cuando nos han lastimado, o estamos doloridos o afligidos, o estamos enfermos y asustados, nos sentimos pequeños y queremos que la madre nos rodee con sus brazos, bese el dolor y haga que desaparezca. Incluso cuando la propia experiencia con nuestra madre no fuera así, anhelamos lo que sabemos que es arquetípico; extrañamos a la madre.
Mucho antes del cristianismo, la paloma era el símbolo de la diosa Afrodita. Oculta en la simbología del Espíritu Santo masculino, está la presencia de la diosa del amor y la belleza, que también era una diosa madre.»
-Jean Shinoda Bolen, Crossing to Avalon Pintura de Katherine Skaggs
